Todo empezó finales de los ochenta. Fue un día cualquiera. Otra cena más en la sobrepoblada mesa de nuestra pequeña casa. Mientras los 4 hermanos recogíamos la mesa, el novio de mi hermana mayor fue a la chaqueta de cuero que colgaba del perchero. Cogió algo del bolsillo interior, vino hacia mi y me lo dio casi a escondidas. Una cinta. “Para ti,” dijo. “Para que te olvides un poco de George Michael.” Me sonrió, se puso su chaqueta y se fue. Del comedor, directo hacia un recuerdo imborrable.
Diez minutos más tarde metí la cinta en mi radio. Me estiré en la cama. Unos 5 segundos de silencio, unos ruidos raros, y después… Ya nunca más volví a George Michael.